El color de moda o la moda del color

Pantone ha nombrado al “viva magenta”, un tono entre el rosa y el rojo, como el color del año 2023.

Básicamente, esto significa que si quieres ir a la moda este año no te quedará más remedio que incluir esta tonalidad en tu armario.

Si no te gusta o crees que no te favorece tienes tres opciones —igualmente legítimas—: continuar siendo fiel al color con el que más te identificas, dándote igual la opinión de quienes lo consideran obsoleto; dejarte llevar por la tendencia, aunque en tu fuero interno sepas que ese color poco o nada tiene que ver contigo; darle una oportunidad, salir puntualmente de tu gama de confort puede ampliar tu perspectiva e, inclusive, cambiarla.

A priori, estas recomendaciones pueden parecerte demasiado profundas, al fin y al cabo, se trata de un inocente color, ¿no?

Umm…pues depende.

Hoy en día, ni el color “viva magenta” ni ningún otro color pueden ya considerarse algo candoroso cuando se asocian a un determinado ideario.

Siempre me he preguntado el porqué de los colores de los partidos políticos. Es seguro que no están elegidos al azar sino buscando un impacto emocional concreto en el público en cuestión.

Pero, dejando a un lado el “maquiavélico” uso que de su color corporativo pueda hacer tal o cual formación ideológica, resulta interesante poner, a propósito de este tema, el foco en nosotros mismos.

Y… ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esta atención?

Por un lado, adquirir la fea costumbre de juzgar, valorar y, en algún caso, discriminar al prójimo por el color político que “viste” o creemos que “viste” —pecando de daltónicos en muchas ocasiones—.

Por otro, en un efecto bumerán de lo anterior, perder algo tan importante como son la espontaneidad y la valentía a la hora de expresarnos ya sea verbalmente o por escrito y ganar, a sensu contrario, en hipocresía, olvidando así que el debate intelectual no solo es sano, sino que es algo muy necesario para alcanzar el bien común siempre y cuando se practique desde la educación y el respeto, cosa harto imposible en el actual ambiente de crispación.

Todo ello trae consigo que cuando participamos en una tertulia de amigos, asistimos a una reunión de trabajo, hacemos una publicación en nuestros perfiles de redes sociales personales o profesionales… si ha ocurrido un acontecimiento relevante, de cualquier índole, que cuestiona o pone en jaque el “discurso oficial” imperante elegimos, en el contexto correspondiente, autoamordazamos o manifestamos de una manera tibia por las consecuencias  que pensamos  nos pueda traer el expresar nuestra postura real.

Y lo que nos es aún más reprochable es que si algún “kamikaze” comete la osadía de decir lo que piensa… ¡pam! le colgamos el más que subjetivo sambenito cromático-ideológico, aunque en el fondo opinemos lo mismo que él y envidiemos, secretamente, su arrojo.

Resumiendo: vivimos con miedo. Miedo a no ser aceptados en una determinada comunidad, miedo a perder un empleo, miedo a que saboteen nuestro negocio, miedo a perder un cliente… Por supuesto, tener miedo es libre —¡faltaría más!—, pero estarás de acuerdo conmigo en que pretender, desde nuestra cómoda trinchera, que los que no lo tienen luchen en solitario por unos intereses que son de todos es un acto cobarde y egoísta.

¿Se puede dar la vuelta a esta situación?

Desde luego.

¿Qué se puede hacer para conseguirlo?

No voy a explicarte qué puedes hacer tú —desconozco tus circunstancias e ignoro si deseas hacer algo —, pero sí puedo contarte qué he decidido hacer yo:

A nivel personal te diré que siempre he pertenecido al grupo de las personas que alzan su voz, defendiendo mis opiniones y denunciando lo que considero una injusticia con vehemencia, no importándome lo que los demás puedan pensar de mí. Pero, a nivel profesional he de confesarte que cuando me inicié en esta aventura de tener un negocio propio, al principio opté por mantener un perfil incoloro en los artículos del blog de mi sitio web.

Sin embargo, he tardado poco tiempo en comprender que, si con mi escritura pretendo despertar sensaciones en el lector no puedo obviar, para lograr ese objetivo, que mis textos tengan “color”. “Color” que dependiendo del tema sobre el cual escriba podrá ser: progresista, tradicional, conservador con un toque moderno o hasta, a veces, estrafalario.

Soy consciente de que haciendo lo anterior la persona que decida leerme oirá, verá, saboreará, olerá o tocará un “color” que podrá resultarle familiar y agradable o, por el contrario, ajeno y molesto, provocándole una reacción que no siempre será de mi agrado.

¿Quiero evitar esto?

No.

¿Puedo evitarlo si quisiera?

Tampoco.

“El mejor color del mundo es aquel que te favorezca” (Coco Chanel)

Patricia.

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