Positivo en positividad

Según la RAE, el adjetivo “positivo”, referido a un individuo, significa optimista, que ve el lado favorable de las cosas.

Sin embargo, paradójicamente, en estos dos últimos años, el virus Covid-19 no solo ha prostituido el uso de aquel, sino que sus nefastos y dramáticos efectos en las diferentes áreas de la sociedad están poniendo en peligro, seriamente, la pervivencia de tan valioso e imprescindible calificativo.

El cansancio, la preocupación, la incertidumbre, la ansiedad y, sobre todo, el miedo, son condiciones —fruto de la pandemia actual— que han anidado en el alma del colectivo de tal manera que aplicar un tratamiento de choque para evitar su cronificación es, en la actualidad, una urgencia inaplazable.

Y ¿cuál es ese tratamiento tan necesario y apremiante?

Uno cuya prescripción y protocolo no depende, afortunadamente, de una clase política cuyas no-facultades, intereses e incompetencia han quedado ya más que constatados, sino única y exclusivamente de todos y cada uno de nosotros, y no es otro que…

¡Contagiarnos de positividad!

Ahora bien, se hace preceptivo partir de la idea de que ser o volver a ser positivos no se va a traducir en estar ya felices todo el rato —eso es y ha sido siempre una utopía—, sino en entender que, a pesar de los tiempos difíciles que vivimos, vendrán días mejores, y que todo lo que hoy nos resulta adverso y amenazante nos va a permitir crecer, valorar y recordar lo que ya somos y poseemos.

 ¿Cuáles son las medidas que tenemos que adoptar para infectarnos de positividad?

En primer lugar, saber diferenciar cuándo nuestro miedo, ante una determinada situación, es racional o irracional

El miedo es una de las emociones inherentes al ser humano, cuando nacemos lo traemos de serie.

Se dice que un bebé solo se asusta con los ruidos fuertes o los movimientos bruscos.

Por lo tanto, el resto de nuestros temores es algo que vamos aprendiendo —mejor dicho, nos lo van enseñando— e incorporando a nuestro programa instintivo a medida que vamos creciendo.

Tener, sentir miedo, es inevitable.

Pero así como el miedo racional es una ayuda muy útil como mecanismo de alerta en nuestro día a día, el miedo irracional es algo que nos debilita, nos paraliza, nos hace sufrir sin sentido y, lo que es peor, nos divide y nos hace manipulables.

Lo importante es saber cuándo nuestro miedo es irracional, o por qué ese miedo que comenzó siendo racional —y totalmente justificado por las circunstancias— se ha ido transformando, silenciosamente, hasta convertirse en irracional.

Para lo anterior, se antoja imprescindible que tengamos muy presente que existen determinados miedos propagados, exagerados y/o mantenidos deliberadamente en el tiempo, con el único propósito de ablandar a las personas y que estas sean o continúen siendo obedientes, dóciles, sumisas o, lo que es lo mismo, total y absolutamente manejables.

Y el mejor antídoto para evitar que nos manipulen es, sin ninguna duda, informarnos correctamente y hacerlo en los sitios adecuados

La realidad actual nos ha puesto de manifiesto que, pese a tener miles de recursos para poder estarlo, contradictoriamente, nunca, como hasta ahora, estuvimos tan des-informados y, lo peor de todo es que ni siquiera somos conscientes de ello.

La soberbia, la comodidad, el ego, la ignorancia —intencionada—, la ideología social o política, el hastío y la falta, en muchas ocasiones, de tiempo, han provocado que caigamos en la trampa de creer de primeras todo lo que oímos, vemos y nos cuentan.

Consecuencia de ello, muchas veces nos convertimos en víctimas de titulares y noticias propagandísticas y sensacionalistas, absolutamente carentes de veracidad, exactitud y/o rigor.

Así pues, es imperativo acudir a fuentes de información honestas, fidedignas y desinteresadas, que nos permitan pensar por nosotros mismos y formarnos una opinión, desconfiando, por encima de todo, de aquellos discursos que basan su legitimidad en amenazas —de cualquier índole— falsamente descomunales o apocalípticas.

Por otro lado, no se nos puede olvidar tomar otra de las medidas “estrella” para favorecer el contagio, y es relacionarnos con los demás, si es que habíamos dejado de hacerlo

De los múltiples y nocivos resultados que está dejando el tsunami provocado por la pandemia del coronavirus, uno es, precisamente, el aislamiento social de muchas personas —sin distinción de edad, sexo o condición—, bien porque viven condicionadas por el miedo propio o el de su entorno, bien porque se han vuelto intolerantes e inflexibles con cualquier idea o pensamiento que difiera del suyo, o bien porque la situación ha deteriorado, seriamente, su estado anímico.

—Las estadísticas muestran un aumento del consumo de los ansiolíticos, los antidepresivos y, lo que es aún más alarmante, de los suicidios—.

Los seres humanos somos sociables por naturaleza, necesitamos tener contacto con nuestros congéneres; de hecho, este es uno de los pilares de los que dependen nuestra felicidad y salud mental.

Socializarnos, o volver a hacerlo, nos va a ayudar a reducir el estrés, aliviar nuestras preocupaciones y equilibrar nuestros sentimientos negativos.

Además, contribuirá a que conozcamos e intercambiemos ideas y opiniones sobre cuestiones diversas actualmente relevantes, generando debates —que no discusiones— enriquecedores y constructivos que nos aporten nuevas perspectivas.

No obstante, para que podamos beneficiarnos de este ventajoso último efecto, tenemos que ser valientes y asertivos y no taparnos la boca ni permitir que nos la tapen con mascarillas invisibles

Lo cual implica no someter nuestras convicciones personales a la presión social dominante.

Defender que tenemos unos derechos y unas libertades que no pueden ser vulnerados bajo ningún pretexto.

Y ver, e intentar hacer ver a quien aún no se haya dado cuenta, que no todo lo que es legal es por ello moral y éticamente aceptable, y que la igualdad de todos ante la ley no excluye que esta pueda ser injusta e arbitraria.

Para finalizar, si todas estas medidas descritas nos parecen insuficientes para alcanzar la ansiada inmunidad contra el pesimismo, y queremos algo adicional que nos garantice las ganas de mirar y seguir hacia delante, tenemos la opción de inocularnos una vacuna

Vacuna que nos permita adquirir anticuerpos para luchar contra el miedo, el sinsentido, la incoherencia, la segregación, el conformismo y la manipulación mediática.

Teniendo, eso sí, muy presente que esta “inyección” no es obligatoria.

No juzguemos, critiquemos, ni marginemos a las personas que no quieran ponérsela, ni seamos cómplices de quienes lo hagan.

La positividad, como mentalidad que incorpora el optimismo y la aceptación de nuestra propia responsabilidad para lograrlo, es una elección que todo individuo está en su derecho de hacer o no hacer.

«Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas» (Noam Chomsky)

Patricia.

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